jueves, 3 de abril de 2014

La burbuja de cristal



Hoy he tenido que vivir una de las situaciones más complicadas socialmente, de las que me encontraré a partir de estos días.

Ya os dije que rocío quiere ser como las demás niñas de su clase, que quiere gomitas para hacer pulseras como las demás compañeras de su clase y que, mientras hasta ahora sólo se preocupaba de ser la "bebé" y dejarse mimar por las demás, ahora se empeña en hacerse escuchar y buscarse un hueco entre el resto de sus compañeros.

Pienso que parte del espacio social que nuestros hijos encuentren en la calle, depende también del que nosotros le enseñemos a tener. Me explico: no por defenderle más de cara a los demás, va a estar más protegido siempre; no por procurarle siempre que mande en el grupo, conseguirá ser el líder; y no por mimarle en demasía conseguiremos que se le quiera más. No vivimos en una burbuja de cristal y cuanto antes aprendamos eso, más fuertes seremos para vivir.

Nosotros no seremos en la calle lo que nuestros padres quieran que seamos o el espacio que ellos quieran marcar para nosotros, sino que seremos el espacio que nos ganemos y lo que nosotros queramos. ¿cuántas ocasiones se viven en los parques de madres que defienden a sus hij@s ante los demás niñ"s y las demás madres (si eso fuese necesario)? Y ¿Cuántos de estos niñ@s han mantenido el mismo estatus en la calle cuando sus "mamás" ya no están?

Para mí es muy importante el estatus social que Rocío pueda ir adquiriendo en su grupo de edad y por eso soy muy exigente con ella y muy estricta en cuanto a su conducta para que no sea muy pesada, que no se haga pesada, que sepa respetar los turnos de palabra. Todo esto para ella es muy pesado de llevar y el autocontrol es algo que a veces la supera y tenemos que trabajarlo mucho pero, primero debo autocontrolarme yo, y predicar con el ejemplo sino, todos mis esfuerzos acabarían en el vacío.

Ayer Rocío salió a mediodía muy contenta porque había hecho pulseras en la hora del patio con otras amigas de clase, y además, una de ellas le había dado una pulsera de muchos colores, que Rocío, a su vez, le dio a Paula (mi hija pequeña).

Por la tarde, las dos volvieron muy contentas al cole con sus pulseras pero el problema fue a la salida: la dueña oficial de la pulsera había pedido que se la devolviesen y, Paula salió llorando del aula porque una amiguita de su clase (infantil de tres años), se había ido con su pulsera puesta. Problema global: rocío no podía devolver la pulsera porque no la tenía, pero peor aún era que su hermana tampoco la tenía. Esto dio lugar a: ataque de histeria por la noche porque la niña le dijo que si no le devolvía la pulsera..." la mataba."

Es evidente que, entre niñas de diez años, no es más que una forma de hablar, que tampoco puedes estar segura de que las palabras hayan sido esas...en fin, que no lo puedes tomar todo al pie de la letra. De manera que, quitando toda la emoción que pudiese haber de más, me quedaba sólo con que la niña le dejó la pulsera (no fue una donación) y que, lógicamente, quería recuperar lo que era suyo (lo cual me parece también de lo más normal).

Pues la única solución que encontré para Rocío fue la de invitarla a hacerle una pulsera a su amiguita, de manera que si no podíamos devolverle la suya, porque no la teníamos, por lo menos la compensaríamos con otra. Y también le ofrecí la posibilidad a Rocío, de comprar gomitas del mismo tipo que las de la pulsera que tenía su amiga y que las compartiesen en el patio. De esa manera, la niña volvería a tener pulsera, Rocío compartiría tiempo y motivación con niñas de su edad y yo enmendaría el error que habían cometido mis hijas. Y todo arreglado.

Tanto era el miedo de mi hija por volver al día siguiente al cole y tener que enfrentarse con esta niña para decirle que no tenía su pulsera, que me hizo esperar en su fila hasta que entraron a clase para que hablase yo con ella, porque no se veía capaz de explicárselo todo. Pero esta niña, ese día llegó con mucho retraso al cole.

Al salir de clase, esta niña vino a hablar conmigo, preocupada porque Rocío le dijo que yo quería hablar con ella. A pesar de lo que esté pareciendo, esta niña no tiene un carácter fuerte, sino todo lo contrario: nosotras hemos ido muchas veces por la calle y hemos pasado por delante de su casa y la niña llama a mi hija para saludarla y si vamos andando por la calle siempre es muy amable, pero en estos momentos, Rocío la veía como una enemiga en plena guerra.

Cuando hablé con la niña, la vi tan preocupada por lo que pudiera decirle y, a la vez tuvo tanta educación y preocupación en hacerlo, que sólo me pedía a mí misma que supiese utilizar cada palabra que iba a usar.

Le expliqué mi planteamiento sobre las gomitas y las pulseras y le expliqué que Rocío lo toma todo al pie de la letra y que hay formas de hablar, que ella las cree literalmente y eso hace que se preocupe demasiado. Que ella se preocupó porque no le podía devolver la pulsera y no encontraba alternativa ni sabía cómo explicárselo y de ahí que yo debiera hablar con ella. Que hay cosas que a Rocío se le tienen que explicar de forma diferente que a los demás y que cuando volviese a tener algún otro problema con Rocío, me lo preguntase a mí, que yo las ayudaba.

Antes de acabar con toda la parrafada, Paula salió de clase con la "pulsera perdida", y ahí acabó todo el problema.

Ahora la pulsera es un regalo"oficialmente reconocido" para Paula, y mañana Rocío llevará al cole una bolsa de gomitas de colores para compartir con sus amigas en el patio. Y...colorín colorado este cuento se ha acabado.

Gracias por estar ahí y perdón por haber sido tan extensa esta vez, pero no sabía cómo acortar todo lo dicho.

1 comentario:

  1. Me encanta, ojalá todo el mundo tuviera esa percepción de negociar. Mercedes Rodríguez

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